Mi plato favorito siempre ha sido la lasaña. Sin embargo, recientemente he tratado de evitarlo. No, no es porque ya no me guste su deliciosa combinación de pasta, carne, queso y salsa de tomate. Tampoco es porque haya encontrado un nuevo plato que satisfaga mi paladar de la misma manera. La verdad es que mi plato favorito tiene sentimientos y me siento un poco culpable por comerlo.
¿Cómo puede un plato tener sentimientos? Te preguntarás. Bueno, déjame explicarte.
Hace unos años, mi madre decidió que era hora de que yo aprendiera a cocinar. Siempre me había encantado comer, pero nunca había mostrado interés en aprender a preparar mis comidas favoritas. Mi madre, una excelente cocinera, insistió en que al menos debía saber cómo hacer mi plato favorito. Así que, con mucha paciencia y amor, me enseñó a hacer su deliciosa lasaña.
Fue un proceso divertido y lleno de risas. Mi madre me enseñó a hacer la masa de la pasta desde cero y cómo cocinar la carne con la mezcla perfecta de especias. También aprendí a hacer la salsa de tomate y a montar las capas de la lasaña. Fue una gran experiencia de aprendizaje y cada vez que la hacíamos juntas, parecía que nuestro vínculo se fortalecía aún más.
Finalmente, llegó el día en que pude hacer la lasaña por mi cuenta. Me sentí increíblemente orgullosa de mí misma y estaba emocionada de que mi madre probara mi creación. Cuando dio el primer bocado, su rostro se iluminó y dijo que estaba deliciosa. Ese fue el momento en que la lasaña se convirtió en mi plato favorito. No solo porque era deliciosa, sino porque tenía un significado especial detrás de ella.
Desde entonces, he preparado la lasaña para muchas ocasiones especiales y siempre ha sido un gran éxito. Ya sea para reuniones familiares, cenas con amigos o simplemente para mí, la lasaña siempre ha sido un plato que me ha traído alegría. Pero recientemente, algo ha cambiado.
Me di cuenta de que cada vez que preparaba la lasaña, tenía un sentimiento de culpa. Me sentía mal por comer mi plato favorito. Y no era solo porque estaba tratando de seguir una dieta o de mantenerme saludable. Era algo más profundo.
Por un lado, sentía culpa porque siempre pensaba en mi madre. Ella fue quien me enseñó a hacer la lasaña y ahora que se ha mudado a otra ciudad, no puedo compartir el plato con ella como solíamos hacerlo. Me siento triste por no poder compartir ese momento con ella y por haber perdido un poco de ese vínculo especial que teníamos.
Pero también sentía culpa por el hecho de que la lasaña era un plato tan rico en calorías y grasas. Como muchas personas, estoy tratando de llevar un estilo de vida más saludable y trato de evitar los alimentos poco saludables. Y ahí estaba mi plato favorito, tentándome con su delicioso olor y su aspecto tentador. Pero al mismo tiempo, me sentía mal por comer algo que sabía que no era bueno para mi salud.
Así que, en lugar de seguir comiendo la lasaña y sentirme culpable, decidí alejarme de ella por un tiempo. Opté por otros platos más saludables y traté de encontrar un sustituto para mi amada lasaña. Pero nada parecía llenar ese vacío que dejó en mi corazón.
Fue entonces cuando me di cuenta de que mi plato favorito tenía sentimientos. Sentía como si estuviera traicionando a la lasaña al optar por otros platos. Y eso me hizo reflexionar sobre cómo a menudo no tomamos en cuenta los sentimientos de los alimentos.
Comemos por diferentes razones